ANA MARIA
SEGHESSO
El adulterio:
obstáculo para el aumento demográfico
Un razonamiento funcional
En la época de Augusto, primer emperador romano, la
legislación relativa al matrimonio fue modificada. Roma estaba pasando por un
declive demográfico, consecuencia de varios factores combinados.
El divorcio, desde el punto de vista de la situación
histórica, debía garantizar un aumento de la natalidad, como directa
consecuencia de una programación natural biológica.
Según algunos historiadores, las parejas de nivel medio y
alto evitaban generar más de dos hijos, para impedir la excesiva repartición
del patrimonio familiar, que reducía la riqueza y, como consecuencia, el
prestigio social.
Se menciona, además, una insuficiencia de la fecundidad por
la presencia de plomo en las tuberías de los acueductos que transportaban el
agua potable.
Muchas mujeres patricias decidían no casarse, optando por la
potestad de un padre o un hermano, que resultaban más flexibles y cercanos a
sus intereses que los deberes de la relación conyugal.
El motivo fundamental, sin embargo, se debe a las guerras constantes de Roma en los diversos frentes de batalla, que aportaban cuantiosas ganancias en botín, impuestos, comercio y territorios, pero con una alta mortandad.
Para impulsar el matrimonio Augusto promulgó leyes (1) que determinaron que todos
los hombres con una edad comprendida entre los veinticinco y los sesenta años y
todas las mujeres entre los veinte y los cincuenta años pertenecientes al
Senado y al orden ecuestre - vinculados
a la clase dirigente del estado romano – debían obligatoriamente casarse; de no
hacerlo serían penalizados con la prohibición de recibir legados o herencias.
Ulteriormente, Augusto dispuso que la mujer divorciada
recuperase su dote.
El rescate de la dote por parte de las mujeres aumentaba las
posibilidades de un nuevo casamiento.
Se instituyó también el ius trium liberorum, que otorgaba a
los padres con tres o más hijos legítimos determinados privilegios, como la
reducción de la edad mínima para el acceso a las magistraturas a los hombres y
"la gestión propia de sus herencias y haberes a las mujeres, sin la
interferencia del marido o del padre."
Las nuevas leyes consintieron a todos los romanos de familia
plebeya casarse con libertas.
Los matrimonios de facto de los soldados fueron legalizados,
acordando a sus hijos los derechos civiles.
La prohibición de romper las promesas formales de
matrimonio, reglamentadas en las leyes mencionadas, puso un freno a quienes
querían evadir el matrimonio.
Los trámites del divorcio se simplificaron: bastaba la
voluntad de "uno de los cónyuges para divorciar."
La ejecución debía efectuarse
ante la presencia de siete testigos; un liberto notificaba por escrito a la
parte interesada la fórmula:
Tua res tibi agito
Llévate tus cosas
Tuas res tibi habeto
Quédate con tus cosas
Los divorcios se multiplicaron en Roma con las leyes que
Augusto había sancionado, con el objetivo de provocar nuevas ocasiones de
matrimonio y uniones más prolíficas.
Las matronas romanas recuperaban en caso de divorcio, su
dote íntegra, que el marido no podía administrar ni hipotecar.
A tal punto y con tanta facilidad se concertaban divorcios y
matrimonios, favorecidos por el consenso de los dos cónyuges o por la sola
voluntad de una parte, que las relaciones familiares se transformaron
drásticamente.
Sin mayores titubeos morales, a la edad de cincuenta y siete
años, Cicerón, para sanar su patrimonio con la dote de una joven y rica heredera
llamada Publilia, divorció de su esposa Terencia, luego de treinta años de vida
en común.
No obstante, Terencia no se perdió de ánimo y sobrellevó el
conflicto sin grandes tensiones, ya que se casó dos veces todavía, primero con
Salustio, el famoso historiador, luego con Mesala Corvino, general, literato y
político, muriendo con más de cien años.
En poco tiempo las mujeres tomaron la iniciativa del
divorcio.
Juvenal desaprueba las nuevas libertades femeninas en sus "Sátiras", mencionando a una aristocrática, que se había casado ocho veces en "cinco otoños".
Marcial critica a una divorciada, llamada Telesilla,
quien después que Domiciano había restaurado las leyes "Iulie", se había casado por
la décima vez.
Séneca desconsolado escribe,
“Ninguna mujer se avergüenza de sus divorcios, porque se han
acostumbrado a contar sus años, no con el nombre del cónsul, como era habitual,
sino con el de sus maridos.
Divorcian para casarse, se casan para divorciar.”
Y el disgustado Marcial sentencia
“ Quae nubit totiens, non nubit: adultera lege est.”
“Quien se casa tantas veces, es como si nunca se hubiera
casado, es un adúltero.”
Sin embargo, las leyes produjeron los resultados previstos por el
emperador.
Augusto con sus reformas había intuido que unía más la
codicia que la lujuria.
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