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viernes, 13 de diciembre de 2024

LA PLUMA Y EL LIBRO -2


Ana María Seghesso














El sol todavía no había surgido cuando se escuchó el ruido de una tropa que se acercaba; reconoció el cortejo que le había sido asignado, formado por consejeros, secretarios y una escolta de protección. 


Comenzaba a levantarse el rocío nocturno en una neblina azulada que daba al campo un aire irreal, como de sueño. Comenzaron a galopar por un camino que atravesaba campos de trigo y pasturas ocupadas por innumerables caballos, vacas y ovejas. 

El trayecto variaba los paisajes, apareciendo frescos remansos, lagunas, esteros entre excelentes pastos y montes de árboles desconocidos. 


Los campos se sucedían de tal manera hasta el infinito, Navarro observaba con atención y hacía cálculos estadísticos de rendimiento, atónito por la grandiosidad del lugar. 


Al atardecer se toparon con la escolta proveniente de la estancia a la que se dirigían. La comitiva era una tropa militar fuertemente armada que los informó sumariamente del conflicto que vivía la región. 


Recientes incursiones de aborígenes habían atacado y saqueado la estancia del gobernador. Se trataba, como previsto por Navarro, de la inmensa propiedad perteneciente a sus parientes, informados de su llegada. 


A una distancia de treinta metros los dos grupos se detuvieron; un portavoz, se adelantó al resto de la tropa, 


- En nombre del gobernador de la comarca sean bienvenidos, exclamó, a lo que el portavoz de Navarro adelantándose a su vez respondió con palabras de agradecimiento, entregando las credenciales que lo acreditaban como embajador de la Organización Espacial. 


Se dirigieron entonces a la residencia de gobierno, donde habría encontrado los parientes plasmados con la pluma mágica.

- Bienvenido a estas tierras, exclamó un hombre de aspecto autoritario, facciones marcadas por la determinación, tez clara, pelo gris; Juan reconociendo las características de Manuel Montero, el gobernador además de su propio tío. 


Se acercó y lo abrazó, como correspondía. Fueron luego presentados todos los miembros del gobierno que allí se encontraban para recibir la delegación. Se entretuvieron un rato en la gran sala donde fue expuesto el conflicto que afligía el país en todos sus detalles.

 

Navarro expuso el plan de ayuda que la Organización Espacial planeaba otorgar a las principales familias patricias; serían abastecidos de dinero, armas y material ideológico de comunicación, con la finalidad de combatir con eficacia a sus enemigos.


- Los indígenas ocupan muchos campos con buenas pasturas y aguadas, explicó un latifundista.

- Los malones son una amenaza para nuestro patrimonio, agregó el Ministro de la Defensa, nos roban todo tipo de ganado, se lamentó un ganadero.


- ¿Cuáles son los objetivo de esta guerra? preguntó Navarro, que el argumento lo conocía y comenzaba a impacientarse; su intención era determinar cuanto antes los beneficios que el viaje le aportaría.


 - Nuestro objetivo es ocupar los territorios que ahora están desiertos, utilizando otro tipo de población que pueble los campos desiertos y los trabaje, intervino Montero, 

- Tu llegada puede solucionar muchos de nuestros problemas, y no quedarás disconforme de la gratitud del país, agregó con un evidente tono despectivo.


- En eso quisiera detenerme, porque nuestra Organización pretende adquirir tierras antes de la operación militar, respondió, haciendo caso omiso del reproche.


- El trámite es sencillo, deberán suscribir bonos nacionales, informó el Ministro del Tesoro, informándolo de los precios y de las inmensas extensiones de los campos. Navarro comparando las cifras con las de su Mundo sintió que la satisfacción lo invadía. 


Fue anunciada la cena y todos pasaron al gran comedor, que como el resto de la casa había sido reproducida de una ciudad paralela, famosa por lujos y cultura. 

Entonces vio a una mujer bellísima que se le aproximaba, 


- Navarro seguramente, pronunció con voz melódica.

 – Y tú Lina, la esposa de Montero, respondió, y escondiendo su emoción la saludó con un beso en la mejilla; “no me esperaba tal belleza, no determiné esta característica cuando la proyecté, de todos modos, ella es cosa mía”.


El resto de la velada transcurrió entre brindis, anécdotas de guerra y conversaciones que revelaban muchos particulares de aquella gente - razonamientos y modos de socializar - que a Navarro resultaron sorprendentemente incomprensibles.

  

Estaba satisfecho, la realidad superaba las expectativas aunque los detalles de la Trama no eran como los había esperado. 

Consideró entonces la posibilidad de retocar algunos matices del texto. 


***********


La propiedad había pertenecido siempre a su familia. Corría la voz que un viejo antepasado llegado a la región proveniente de un país lejano, había comprado tierras a los indígenas que poblaban la región y como poseía una fortuna considerable se convirtió en uno de los hacendados principales del territorio.  


Sin embargo, duró poco su ventura, frecuentes sequías y moría de animales lo llevaron al borde de la ruina, hasta que otros parientes provenientes de otras regiones llegaron y solucionaron las cosas. El actual propietario de la hacienda era un tío, hermano de su padre, parentesco que facilitaba su inserción en esa sociedad. 


La mayor parte de los dominios provenían de las campañas organizadas por las autoridades, pero costeadas por sus antepasados, de índole ambiciosa, resueltos a expandir su señorío en esas regiones bárbaras. 

Con el paso de los años, aumentó el número de la parentela, por nacimientos y por nuevas llegadas de familiares que deseaban probar fortuna. Naturalmente crecieron también las sepulturas del cementerio familiar ubicado en la parte occidental de la residencia, que fue cambiando su aspecto familiar y sencillo, con las tumbas diseminadas entre las hortensias y las lápidas de madera, que se deshacían de a poco por los soles abrasadores de enero y las lluvias inacabables de junio.


Las mujeres que se ocupaban de los quehaceres en la inmensa casona, se la pasaban cuchicheando mientras limpiaban los corredores, en el comedor a la hora de las comidas y en su cuarto, cuando entraban en grupos de tres para ocuparse de ordenar y limpiar. 


El ritmo de la nueva vida le gustaba. Alojaba en una amplia cámara de grandes ventanales cubiertos con gruesos cortinajes verde oscuro y techo alto por donde una cristalera dejaba entrar el claror estivo durante la jornada y el fresco por las noches. Los días se sucedían sin sobresaltos, parecía que las hostilidades con los nativos hubieran cesado.


Era de madrugada cuando se despertó  por el ruido de la escalera de madera que crujía bajo el peso de alguien que estaba bajando; se levantó de un salto y en pocos segundos descendió por las ramas de un viejo ombú plantado - según habladurías -  para tranquilizar a los muertos enterrados en el cementerio. 


Escuchó el galope de un caballo que se perdía en la noche, cabalgado por un jinete que le pareció el encargado del personal de la estancia. 

Todo estaba muy oscuro. La luna era negra desde su llegada...


Vagamente defraudado por no poder seguir al desconocido, echó una mirada hacia la casa, sumida en el silencio y con las ventanas sin luz, pensó que era inútil volver a dormir y se quedó absorto, fijando las estrellas australes.

Cuando hacia levante comenzó a clarear, dirigió sus pasos hacia la parte trasera de la finca y empujó con precaución la reja que daba al cementerio, que cedió con un chirrido lúgubre. 

De improviso, tuvo una fulguración que lo encandiló. Una nube espesa y envolvente lo cegó y perdió el sentido; luego de un tiempo indefinido se despertó dentro de un hoyo en una de las tumbas vacías del cementerio familiar.  

El lugar aparecía profanado. 


La cebadilla, el trébol y la gramilla crecían selváticos entre el pasto que circundaba los huecos que habían dejado las lápidas destrozadas de los muertos; la tierra estaba removida, asomando entre los terrones negros restos de maderas de los ataúdes, víctimas de una escarnio sufrido recientemente.  

Con estupor notó que había muchos objetos valiosos que aparecían entre la tierra removida de las tumbas.  Sorprendido por la situación, comenzó a tomar forma en sus razonamientos lo que todavía era sólo una conjetura pero que podría explicar lo ocurrido.  

Era claro que los hoyos del cementerio habían acogido los cadáveres de sus antepasados, como le habían asegurado, pero actualmente eran sólo tumbas inexplicablemente vacías, que un furor ciego había puesto en evidencia. 

Entonces, impulsado por una intuición repentina, estiró sus manos aferrando las lápidas, que tocaba y abandonaba consecutivamente; imágenes de violencia invadieron su mente, delincuentes encapuchados tenían a la la familia como rehenes, mientras destrozaban los sepulcros y robaban las cruces de las tumbas. 


Los acontecimientos se desarrollaban en pocos minutos, cargados de dramatismo.  Concluida la profanación del cementerio la turba se dedicó al saqueo de reservas alimentarias y caballos. 


El rumor de los peones, que conversaban en la cercana cocina, lo despertó de su sopor; tenía pesadez de cabeza. 

Se dirigió también él a la cocina para beber un café fuerte. Lo necesitaba.



* * * * * * * *


Cuando surgió el sol, decidió recorrer la región para reunir informaciones de lo que estaba ocurriendo . En las caballerizas ensilló un alazán y comenzó a recorrer al galope los campos cercanos a la propiedad - en su mayor parte para cría de ganado -. 


Grandes desfiladeros, arroyos caudalosos y remansos profundos formaban la fuente de la inmensa riqueza de sus parientes. 

Las frecuentes galopadas agradaban a Juan. 

Desde su llegada no dejaba un solo día de recorrer la finca, que comenzaba a conocer a fondo.


De improviso, una nube de tierra apareció en el horizonte; surgió como una mancha marrón oscura que se encrespaba, moviéndose hacia los cañaverales situados cerca de la laguna, luego cambió dirección, zigzagueando, alzándose y descendiendo.  Tomó una forma alargada y continuó a variar forma y dirección.  

Juan contempló el fenómeno con inquietud y curiosidad, la nube continuaba su extraña danza, la polvareda, parecía esconder una legión de jinetes, modificando sus colores que por momentos se manifestaban de un rojo oscuro para transformarse en marrón casi negro.  

En un cierto momento no distinguió más con nitidez, si se trataba de un torbellino o de una horda indiferenciada de hombres vestidos de negro, a caballo. 

El tropel se movía con rapidez, formando amplios círculos, los cascos de los caballos sacudían la tierra, aunque no terminaban de llegar. Los cascos de los caballos estremecían la tierra.

Sonó un alarido cercano, que le heló la sangre en las venas; entonces, afirmándose en los estribos aflojó las riendas del caballo y lanzándolo al galope por la llanura corrió al encuentro de la nube, enardecido por una emoción desconocida que lo volvía imprudente.

Cuando estuvo dentro de la nube se topó con una pavorosa turba que jineteaba a su alrededor, andando algunos de rodillas sobre el lomo de sus brutos sin monturas, otros se tiraban al suelo y luego saltaban otra vez sobre el pelo del animal, profiriendo espeluznantes alaridos mientras se golpeaban la boca abierta con la palma de las manos.  La horda lo envolvió enardecida, los ojos encendidos como ascuas, en un gesto de defensa estiró sus manos para rechazarlos, comprobó que traspasaban los cuerpos de los salvajes sin dificultad. 

Con horror comprendió que eran espectros. 

De repente, un alazán al galope irrumpió en la nube, que comenzó a disolverse. No le sorprendió que el jinete montado en el bruto, con fiera expresión y armado de tacuara, fuera Manuel Montero, el gobernador, su tío. 


-  ¡Atrás Kalku! gritó amenazante, dirigiéndose al cabecilla de los espectros.


Entonces la turba se desvaneció entre aullidos estremecedores, dejando en el aire un extraño hedor que Juan recordó haberlo respirado mucho tiempo atrás. 

Se volvió a Montero, que había retomado su aspecto cotidiano. 


- ¿Qué ha sido esto?  ¿Quiénes eran esos espectros brutales? preguntó.


El gobernador lo examinó con mirada fría, con un gesto le hizo entender que hablarían más tarde.

 – Estas cosas ocurren en campo adentro, lejos del progreso, no son lo que parecen., dijo, quitando interés a lo ocurrido.


El camino de regreso lo hicieron en silencio.  Y así fue por el resto del día; Montero no le habló de lo acontecido, por lo que decidió crearse una explicación propia de ese mundo misterioso y fascinante, que comenzaba a seducirlo.


Desde su llegada a la hacienda Navarro había constatado el esfuerzo de todos sus parientes en mostrarse apropiados a las circunstancias, lo consideraban un árbitro y temían aparecer ante él como incivilizados.  Pensó también que quizás no querían decirle la verdad porque temían escandalizarlo.  


Sabía, por que lo había escrito, que su tío y el resto de la familia estaban condicionados por un fuerte sentimiento de formalismo social.

Las justificaciones y evasivas avivaron en su ánimo el ansia de controlar cosas y personas, motivo de su viaje en ese mundo paralelo.  

El fanatismo se adueñó de su espíritu como una fuerza oscura. 


Parecía también que la misma fuerza incontrolable operaba en la estancia y en sus habitantes, con un delirio que habría resultado alarmante a sus protagonistas. 


Si la hubieran percibido... 



(Continúa)



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