ANA MARIA SEGHESSO
En la Biblia, Antiguo Testamento, el mismo Dios que promulga el
"no matarás" (Deut. V, 17) ordena combatir a otros pueblos
"hasta el exterminio total", sin compasión alguna (Deut. VII, 2).
Cuando la caída de Jericó, el pueblo elegido pasó "al filo de
la espada a hombres y mujeres, niños y ancianos" (Jos. VI, 21).
Y Jesús, en los Evangelios, impone ofrecer la otra mejilla al que
recibe una bofetada (Mt. V, 39), pero echa a latigazos a los mercaderes del
templo (Jn. II, 14) y dice que no ha venido a traer la paz, sino la espada (Mt.
X, 34).
Se podría temer que el Dios único -propio de los monoteísmos - con su monopolio de la verdad y la terminante exclusión de todo lo que se le opone, se presta más a las guerras santas que los dioses locales del politeísmo antiguo.
Los dioses paganos no tenían pretensiones de dominio universal, lo que los hacía menos competentes para justificar cruzadas redentoras o reivindicativas.
El fervor bélico parece característico de los seguidores de quien no admite ninguna competencia y que, en el propio Libro, se define "un Dios celoso" (Deut. V, 9).
La Fe Revelada es monoteística opuesta al politeísmo y a sus
filósofos, entre los que junto a tantos otros se destacó Marco Aurelio, filósofo
estoico y emperador romano (121-180 d.C.)
“La expresión encolerizada del rostro es innatural. Cuando desaparece del semblante el gesto moderado al final se apaga, de manera que ya no es más posible volverlo a encender.
¿Y qué motivo quedará entonces para vivir si hasta la cognición del
error nos abandona?"
Marco Aurelio,
Pensamientos, VII-24.