Ana María Seghesso
La noche era oscura, en el extraño novilunio que duraba desde su llegada. Se escuchaba el ladrido de perros y el sonido de una guitarra proveniente del caserío donde habitaba la servidumbre; un grupo de hombres habían encendido una fogata y dispuestos en círculo cantaban y reían. Navarro cubrió de brea el marco de la puerta de su habitación, para evitar que entraran wekufes malignos y extrayendo libro y pluma se dispuso a modificar lo que a su parecer eran sólo detalles ocasionales. Consideró que modificando los acontecimientos oportunamente su misión se cumpliría sin tropiezos.
Comenzó entonces a cambiar la Trama; notó con cierta alarma que la tinta de la pluma parecía diferente a la anterior, pero se tranquilizó justificando el efecto en la luz inconstante de las velas.
Esa noche durmió vestido, lo movía la curiosidad de averiguar quién era el fugitivo de la madrugada, no quería que se le escapara.
Lo despertó otra vez el mismo ruido de la noche anterior, la escalera de madera crujiendo; el apremio le quitó la soñolencia proveniente del brusco despertar, no quería perder de vista al misterioso jinete.
No obstante el ambiente desconocido, al que trataba de adaptarse con recelo, la singularidad del idioma y de las costumbres de ese mundo paralelo, lo fascinaba. Siguió al jinete a bastante distancia, por los campos deshabitados y grandiosos bajo la luz incierta de las estrellas. Galopó un buen trecho, cuando comenzaba a alborear apareció en el horizonte un grupo de toldos, donde el jinete se introdujo.
Navarro se acercó para observar la toldería de cerca, cuando dos jinetes surgidos de la nada se le acercaron a gran velocidad atropellando su cabalgadura que se encabritó y comenzó a corcovear; antes de caer fue enredado en las boleadoras , capturado y conducido sin mayores consideraciones a uno de los ranchos.
Comenzaron entonces a verificarse sucesos inesperados, fuera de su alcance, una nueva Trama comenzó a superponerse a la suya.
El toldo era un rancho armado con madera y cuero; un soporte de madera sostenía el techo y las paredes hechas de piel de potro, con una gran abertura que dejaba entrar el aire fresco del amanecer. El interno tenía varias ambientes separados por cortinas, que hacían las veces de habitaciones, de las que llegaba una conversación en un idioma incomprensible.
Fue recibido por unas extrañas mujeres presididas por Lina, quien delante a un tronco tallado con la representación de un rostro humano en la cúspide, musitaban una letanía, mientras fumigaban hojas de canelo. Lo hicieron sentar en una banqueta de cuero negro de carnero y le dieron una infusión que sorbió con un tubito de caña; inmediatamente sintió un sosiego que atribuyó a la bebida.
El fuego, que ardía en un enorme fogón, lamía el techo del toldo irradiando un insólito color azul y parecía reproducir extraños diseños.
Un asistente lo condujo al fondo del toldo, introduciéndolo en uno de los compartimientos, donde lo esperaba un hombre alto y delgado de facciones prominentes, tez mate, largo pelo negro, de nariz aquilina sin barba; vestía pantalones anchos, camisa de lino blanca, botas de cuero de potro, cinturón ancho adornado con plata fina, de su cuello pendía una bellísima piedra azul que cada tanto esparcía reflejos hipnóticos; a su entrada alzó la mirada y sus ojos negrísimos lo taladraron.
- Te estábamos esperando, dijo como saludo, en voz baja para no perturbar la ceremonia que celebraban las mujeres.
- ¿Esperando?- exclamó Navarro sorprendido – ¿Y quién les ha dicho que venía? mi identidad no ha sido revelada a nadie, ni siquiera yo sabía que llegaría aquí.
El hombre tomó su tiempo para contestar.
- Tu decisión de venir a este mundo nos fue comunicada en sueños por el Espíritu del equilibrio, voluntad protectora del tiempo y el espacio, explicó.
- ¿Quiénes son ustedes y por qué se interesan en mi?, exclamó sorprendido.
- Soy el Cacique Quipilcay perteneciente a un linaje atávico que habitó estos territorios desde siempre y que continuaré a ocupar con mi gente como jefe espiritual y guerrero. En ciclos pasados fuimos los dueños de la tierra y es intención de los dioses que en este ciclo volvamos a ocuparlas; lo que fue volverá a ser.
- ¿El eterno retorno?, preguntó Navarro.
- El eterno retorno, confirmó el cacique, - que se repite miles y miles de veces por concesión de los dioses, que favorecen de este modo a los mortales.
La teoría era bien conocida por Navarro pero le sorprendió escucharla en ese lugar.
- Nuestros conocimientos provienen de loa benevolencia de los dioses, explicó el cacique, adivinando sus pensamientos, - los Mundos se reproducen periódicamente en modo tal que los nacimientos, las muertes, las acciones de cualquier calidad o categoría recomienzan con otras posibilidades.
- ¿Y cuáles son las nuevas posibilidades? preguntó Navarro.
- Que las circunstancias cambian, porque la reproducción no es idéntica.
Un nuevo ciclo está por verificarse en nuestro mundo y en esta ocasión no repetiremos los errores del pasado, afirmó con determinación.
Navarro pensó sorprendido que algo no funcionaba en su Trama.
- ¿Crees entonces que las cosas retornan nuevamente en el mismo orden y con la misma apariencia?, preguntó.
- Si, los ciclos retornan innumerables veces, está escrito en las estrellas. Se renueva las mismas cosas que fueron en el pasado, reproduciendo cosas y personas.
- Sin embargo en el pasado que conozco ustedes fueron sometidos y perdieron todo lo que poseían, señaló Navarro.
- Como está escrito la Renovación de los Mundos es semejante, no idéntica, esta vez las cosas serán diferentes.
El Retorno circular y eterno, regulado por un inmenso período celeste, que nuestros astrólogos calcularon, ahora está de nuestra parte, concluyó el Cacique con voz monótona.
- ¿Tu gente conoce esta Profecía?, preguntó Navarro.
- No es una profecía, es una Ley inmutable, por lo que después de una infinidad de tiempo el mismo espíritu toma posesión del mismo cuerpo y enfrenta la misma vida, pero puede decidir si sus actos serán idénticos o diferentes a lo que fueron.
-Por lo tanto ustedes esperan que en este nuevo período las cosas sean diferentes, constató Navarro, que comenzaba a razonar de un modo diferente -
Este Mundo puede ser transformado y sustituido; pero no me has dicho por qué me esperaban, concluyó.
- Sabemos quién eres, señaló Quipilcay gravemente.
- ¿De veras?, replicó irónico – dímelo entonces, ¿quién soy?
- Un recluta de la Organización Espacial.
- No recluta sino embajador, precisó Navarro, – un diplomático, que en función de su jerarquía está autorizado a ejercer determinadas funciones, una de ellas es llegar a un acuerdo con ustedes, improvisó.
Navarro comprendió que la realidad era diferente a lo que creía y decidió cambiar sus planes.
- También esto nos fue revelado en sueños por nuestros espíritus, dijo el cacique – para contrarrestar las fuerzas negativas del desequilibrio.
- Es la misión que me han encomendado, mintió Navarro.
Quipilcay no insistió, optando por determinar con Navarro los términos del acuerdo y coordinar las acciones de la escalada bélica contra el enemigo, que consistía en hacer daño sigilosamente: la astucia debía suplir la fuerza, que no tenían.
Navarro aceptó sin vacilar, dispuesto a suprimir lo que obstruía los proyectos de la Trama; una nueva disposición de ánimo se sumaba a la que lo había dirigido a esa extraña dimensión.
Salió al descampado, las estrellas brillaban entre nubes oscuras que desfilaban en la noche sin luna.
El Cacique respondió a su saludo con gran consideración y lo observó partir con una sonrisa indefinible.
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A partir del encuentro de Juan Navarro con el Cacique Quipilcay los acontecimientos cambiaron.
La fuerza de los rebeldes avanzó sin límites aparentes, destruyendo y modificando las Leyes vigentes, de manera tal que todo el inmenso territorio se transformó. Navarro fue probablemente uno de los que más diligencia puso en su obsesión transformadora, exaltado por sus energías, que habían aumentado, y su poder, que se difundía por el territorio. Se consideró más que nunca favorecido por la Organización Espacial.
Profundizó sus conocimientos de la magia ejercida por los potentes dioses del Cacique, fuerte de su nueva ciencia recorría los cementerios para posesionarse de la voluntad de los muertos recientes, que utilizaba en huestes espectrales que atacaban en siniestros malones las poblaciones, robando y matando.
Su actividad prosiguió en casa de Manuel Montero, frecuentando los representantes del poder que estaba combatiendo con Quipilcay, quienes nunca supieron de su doble vida y de su traición: soy convincente sólo cuando miento, reflexionaba.
El desgaste de esa guerra fue lentamente deteriorando todas las comarcas con fuerza devastadora que transfiguraba todo o lo destruía. Navarro intentó en varias ocasiones modificar su Trama, pero lo escrito al cabo de poco tiempo desaparecía, las situaciones parecían seguir otros proyectos, quizás la interferencia de Constancia, quizás otra Trama más potente que la suya, pensaba en momentos de lucidez.
En ese entonces, la luna que había permanecido desde su llegada siempre negra, comenzó otra vez a brillar y desaparecieron los fuegos fatuos del campo.
Navarro dirigía las continuas incursiones de los espectros que robaban y mataban en estancias y poblaciones; la violencia lo enardecía y exaltaba en el combate; adoptó la indumentaria y las costumbres de los aborígenes, el caballo y la lanza remplazaron la pluma y el libro.
Lina, la esposa de Montero, se convirtió en su compañera y cómplice.
La lujosa mansión de Montero mostró como un espejo lo que estaba ocurriendo; poco a poco fue despojada por los malones y tomó la apariencia de una toldería.
Era además el cuartel general de las operaciones y lugar de asamblea de los jefes militares y políticos que dirigían la guerra exterminadora, que terminó al cabo de pocos años con el triunfo de Quipilcay y de sus huestes.
El viento negro del desierto cubrió los campos y las ciudades.
La nueva sociedad victoriosa se organizó dictando nuevas leyes y eligiendo sus autoridades civiles y religiosas.
La historia fue rescrita, los antiguos próceres se transformaron en bandidos y los vencedores recibieron el homenaje de las multitudes; la nueva cultura fue inculcada en las escuelas y difundida a lo largo y ancho del territorio para generalizar el consenso.
Algunos grupos de sobrevivientes pertenecientes al antiguo régimen, en su mayoría incultos e ignorantes, trastornados por la catástrofe vagaban por campos y ciudades pidiendo limosna, despreciados por la población y cuando se rescribió la historia, sus testimonios y consideraciones, no fueron tenidos en cuenta, por mendaces y ridículos.
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Juan Navarro fue celebrado y honorado como jefe del Nuevo Orden.
Todos los años, en la conmemoración de la gesta heroica, brindaba con la cabeza de su enemigo, Manuel Montero, a la que luego de cortar, clavar en una pica, exponer como trofeo, hizo fundir en plata, empleándola para beber vino, a la salud de los vencedores.
Pasados unos años desapareció de la vida pública y no se supo más nada de él; una de las tantas historias que se difundió, creída por la mayoría de la población, fue que el Cuero, una enorme bestia parecida a la piel vacuna, un atardecer, mientras se bañaba en una laguna lo aferró con sus potentes garras y lo arrastró al fondo donde encontró la muerte por sofocamiento.
Fue luego devorado por el monstruo.
No obstante su destino fue menos dramático. Una mañana se despertó en su casa y con resignación volvió a su vida monótona de funcionario del museo histórico y a su desabrida relación con Constancia.
Pero continuó a recorrer, incansable, boticas de antigüedades, esperando quizás, que la pluma maravillosa volviera a elegirlo.
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